Como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Sal. 42:1.
En
ciudades como Nueva York o Paris, el agua no es mas simplemente agua, es una
bebida de lujo. Con mas de 700 marcas para escoger, la “eau de bouteille” [agua
embotellada] puede costar hasta el escandaloso precio de 15 dólares en un
restaurante sofisticado, como el Alain Ducase de Nueva York.
En los últimos anos, la venta del agua envasada en el mundo ha aumentado
muchísimo. Y la industria de aquello que los americanos están llamando “la
esencia de la vida”, llega hoy a 7 mil millones de dólares anuales, solo en los
Estados Unidos. Todo porque de repente la humanidad parece haber redescubierto
los beneficios del agua para la salud.
Está comprobado que las personas beben poca agua. Se calcula que la mayoría de
los habitantes del planeta viven crónicamente deshidratados. Cada día, un
adulto pierde alrededor de un litro de líquido, y si ese líquido no se repone
será prejudicial para su organismo.
El texto de hoy presenta la figura del ciervo, suspirando por las corrientes de
las aguas. En las tierras desérticas era común ver las manadas de ciervos,
moviéndose de un lugar a otro, buscando un pozo de agua. A veces, el ciervo
solitario y perseguido por sus depredadores, quedaba exhausto y lastimado de
tanto correr. Entonces buscaba como su último refugio un pozo de agua. El
animal descendía la colina y nadaba en medio del agua, tratando de ocultarse de
sus enemigos. El agua no era para el ciervo algo opcional, era asunto de vida o
muerte.
Pero el salmo de hoy no habla solo del agua, esta hablando de Dios, que es el
único ser capaza de suplir la sed del alma. “Mi alma tiene sed de Dios, del
Dios vivo”, dice David en el versículo 2.
“Sed del Dios vivo”. Nuestros días están llenos de dioses muertos. Inventamos
pequeños dioses, manejables, dirigibles, solo para tratar de engañar la sed del
alma. Los llamados: “energía”, “luz”, “fuerza interior”, “aura”. Jugamos haciendo
de cuenta que creemos en Dios, pero el Corazón continua sediento.
Como
un desierto sin vida, esperando una gota de agua, una palabra de amor, un gesto
de ternura, una actitud de cariño.
¡Ah!
si el ser globalizado de hoy abandonase un poco sus “grandiosas” conexiones y
parase, en su loca carrera, descubriría el secreto de la vida victoriosa del
salmista, y también diría: “Como es ciervo brama por las corrientes de las
aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía”.
Alejandro Bullón
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