El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende.
Sal. 34:7.
Era
una noche oscura. Más oscura todavía en la cueva de Adulam donde David estaba
escondido temblando de miedo, perseguido por Saúl. El salmista huía al
sur, y llegó a la tierra de los filisteos, donde fue capturado. Llevado ante
Aquis, rey de Gat, fingió estar loco. “Se fingió loco entre ellos dice el
relato, y escribía en las portadas de las puertas, y dejaba correr la saliva
por su barba.*
Aquis tuvo compasión y lo mando soltar. David entonces anduvo errante por el
desierto hasta llegar a la cueva de Adulam, donde se escondió durante varios
meses y donde escribió el Salmo 34. En el presente el camino para librarse del
miedo que invade la vida cuando llegan dificultades aparentemente insolubles.
El
salmista trata hoy de hacerte ver a ti, con los ojos de la fe, lo que tus ojos
físicos no pueden ver. Dicen él: “El ángel de Jehová acampa alrededor de los
que le temen, y los defiende”. Tú nunca estás solo cuando la tormenta llega.
Debían de ser las cuatro de la mañana cuando llegamos al rió aquella madrugada
fría del mes de septiembre. Estábamos viajando rumbo a Cruzero, el punto más
alto del altiplano peruano. Cruzero es una ciudad bucólica, enclavada en las
montañas a cuatro mil metros sobre el nivel del mar.
Uno de nuestros equipos había partido para allá la noche anterior para preparar
los detalles de nuestra llegada, pero al llegar al rió, aquella mañana
encontramos la camioneta del equipo atascada, siendo casi arrastrada por la
correntada. Dos mujeres empujaban el vehículo, descalzas, con los pies dentro
del agua fría, con temperatura bajo cero. Todos los esfuerzos parecían
inútiles, cuando de repente vimos aparecer un jeep. El chofer sacó una cuerda
de acero, ató la camioneta, la arrastro al otro lado, guardó luego el cable y
desapareció misteriosamente. ¿Quien llamó a aquel hombre en los prados
solitarios del altiplano? ¿De dónde vino para ayudarnos?
Vi lágrimas en los ojos de mis compañeros. Vi la emoción escrita en sus
rostros. Nadie decía nada, pero todos sabíamos que era el cumplimiento de la
promesa divina: “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los
defiende”.
Pr. Alejandro Bullón
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