No améis
al mundo, ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre
no está en él. 1 Juan 2: 15
En otra parte dice: «¿No
sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? El que quiere ser
amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios» (Sant. 4: 4).
No puede existir coexistencia
pacífica entre el cristiano y las cosas del mundo. Amar el mundo, ir tras sus
placeres, deleites, pasatiempos, es ir en contra de Dios. Por otra parte,
seguir fielmente a Dios es, de modo inevitable, ir contra el mundo y hacerse
enemigo de él. Esa es una de las grandes pruebas, especialmente para los
jóvenes cristianos. — ¿Por qué siempre tiene que ser así? — explotó Juanita—. «
¡No hagas esto! ¡No hagas aquello! ¡No puedes estar aquí! ¡No puedes ir allá!»
La religión es solamente «No, no» y «No puedes, no puedes». ¡Estoy harta de
todo esto! — Pero Juanita —dijo una amiga de un poco más de edad, tratando de
apaciguarla—, ¿te parece realmente que las cosas son así?
Yo leo en la Biblia que cada uno
tiene que hacer lo que quiera. En efecto, Dios ha hecho provisión para que cada
cual haga como le dé la gana. Juanita se aplacó un poco ante esta réplica tan
inesperada. —Tal vez tú hayas oído algo que yo no he escuchado —continuó,
mientras le saltaban chispas de los ojos—. Todo lo que siempre estoy oyendo
acerca de la religión es «No, no y no». Y estoy comenzando a odiarla. Juanita
no era la primera adolescente que se quejaba de las estrictas normas de
conducta cristianas. Pero conviene aclarar dos cosas.
En primer lugar, Dios da discernimiento
para comprender cómo vivir de acuerdo a su voluntad en un mundo donde no
siempre se perciben todos los matices de forma diáfana. Donde hay imprecisión,
Dios da colirio espiritual para los ojos para ver lo que conviene y lo que no
conviene.
En segundo lugar, queda claro que
no puede el cristiano vivir en paz y sin conflictos. El mundo siempre será una
tentación, y el joven cristiano tendrá que luchar para vivir de acuerdo a la
voluntad de Dios. Siempre será necesario negarse a sí mismo, tomar la cruz y
seguir a Jesús, dominando los impulsos y los deseos juveniles. La senda
cristiana siempre será ascendente, escabrosa y difícil. El camino que entra por
las puertas de la ciudad de Dios es angosto y difícil. Por eso pocos hallan la
puerta.
Por esa razón, únicamente
aquellos que saben por qué luchan y qué es lo que buscan dan la espalda al
mundo y se hacen amigos de Dios.
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